martes, 22 de abril de 2014

LOS HIKIKOMORI

Desde finales de los noventa, en Japón aumenta el número de los hikikomori, los «enclaustrados». Esta población, formada por adolescentes y por jóvenes entre los 20 y los 30 años, se caracteriza por encerrarse en sus cuartos y no salir en meses. Entre los cientos de miles en esta situación se encuentran los otaku, que ya ganaron fama llevando hasta la exacerbación el aislamiento con los walkman. Ahora, además, se suman especies diferentes y nuevas. Se trata, en conjunto, de criaturas pasivas como bultos, que creen haber visto todo lo que había por ver y desdeñan cuanto ocurra más allá de sus cuatro paredes. ¿Salir para qué? Son, en su mayoría, hijos de empleados medios que llevan una vida media, telespectadores de programas mediocres que compran en supermercados con descuento, veranean en playas atestadas y duermen los domingos hasta la hora de comer. (...) Han decidido, en fin, cambiar el exterior, rutinario y hacinado, por una vida en el interior. Tampoco por una vida interior porque, según afirman los psicólogos, los hikikomori eluden implicarse en una experiencia que le requeriría desgastes y conflictos. Se enclaustran, pues, no para orar, sino para no gastar. Para ahorrarse la vida que les caería encima si siguieran los pasos establecidos y de cuya fatalidad procuran defenderse, mediante el antagonismo de la indiferencia. Efectivamente, la desaparición de las utopías ha desencantado notablemente el mundo (o la excitación por vivir), pero hasta hace poco, el afán de hacerse famoso o comprar muchos bienes de lujo habían llenado parte del vacío. ¿No ocurre ya así en Japón? Los hikikomori, contemplados a simple vista, parecen vegetales y, por lo tanto, más simples que cualquier animal, pero observados con otros ojos, su lela compostura resulta orgánicamente justa: la clase de vida que se les ofrece, en cuanto parte de la gran masa, no merece el precio que el sistema les reclama. De modo que una de dos: o la calidad mejora o los hikikomori, como seres humanos, no darán más que cero de sí. 

Vicente Verdú, El País.

EL PRIMER 'SELFIEADICTO'



EL ZOO DEL SIGLO XXI Danny Bowman
El primer 'selfieadicto'

-Este joven británico, de 19 años, dedicaba hasta 10 horas diarias a hacerse autofotos

-Intentó suicidarse tomando somníferos porque no era capaz de lograr la "imagen perfecta"

-Sufre un trastorno dismórfico corporal y tuvo que ser ingresado para tratar su dependencia

-"Sacaba 'selfies' en la cama, en el baño, todo el día hasta la madrugada", relata el chico

-Danny lleva siete meses sin 'tomarse' una foto y está tecnológicamente desintoxicado
ROCÍO GALVÁN 
08/04/2014
elmundo.es
Los 'selfies' (autofotos tomadas con la cámara del móvil listas para compartir en la Red) son el nuevo ego-fenómeno que inunda las redes sociales. Antes era una práctica marginal, pero ahora se los hacen hasta Obama o el Papa.
Además, pueden ser en solitario o en grupo, como la famosa instantánea de la última edición de los Oscar.

'Perdí a mis amigos, mi educación, mi salud y estuve a punto de perder mi vida', dice

Pero la simpática práctica del postureo casi lleva a Danny Bowman a la tumba. Este joven británico de 19 años dedicaba 10 horas al día a hacerse fotografías a sí mismo en busca de popularidad y aceptación en Facebook. "Podía sacarme 10 fotos antes de ducharme. Luego me hacía otras 10 después y 10 más después de arreglarme. Sacaba 'selfies' en la cama, en el baño, todo el día hasta la madrugada", explica Bowman al Daily Mail.

Hace cuatro años empezó a subir sus autorretratos a Internet para hacer amigos y conocer chicas. Pero en lugar de 'likes', empezó a recibir críticas sobre su aspecto físico, lo que avivó su desmedida afición. "La gente las comentaba, pero los niños pueden ser muy crueles. Una vez, uno me dijo que mi nariz era demasiado grande para mi cara y otro la tomó con mi piel", relata este adolescente nacido en Newcastle. Fue entonces cuando, en busca de la aprobación de los demás, se obcecó con conseguir una instantánea que reflejara su belleza.

Vivía pegado a su 'smartphone' y no podía pensar en otra cosa. La obsesión le obligó a dejar los estudios y a perder más de 12 kilos.Encerrado en casa, ya no veía a sus amigos y la idea de mostrar al mundo un rostro sin defectos se fue apoderando de él. Poco a poco,su salud se deterioró hasta el punto de intentar suicidarse.



'Los niños pueden ser muy crueles. Una vez, uno me dijo que mi nariz era demasiado grande para mi cara'

"Buscaba el 'selfie' perfecto, y cuando me di cuenta de que no podía lograrlo, quise morir. Perdí a mis amigos, mi educación, mi salud y estuve a punto de perder mi vida", confiesa al Mirror. Incapaz de controlar su desconocida adicción, decidió poner fin a su sufrimiento y arrampló con una caja de somníferos. Por suerte su madre, Penny, se encontraba cerca y pudo salvarle la vida.

Tras lo ocurrido, los médicos le diagnosticaron trastorno dismórfico corporal. Una enfermedad que se caracteriza por experimentar unapreocupación desproporcionada por algún defecto físico, real o imaginario. Para su tratamiento, el joven ingresó en un hospital donde lo primero fue curar su dependencia del móvil. Algo que no es tan extraño. Según el Centro de Estudios de Trastornos de Ansiedad, el 53% de los españoles padecen algún tipo de nomofobia (miedo irracional provocado por no tener el móvil en las manos).

Ahora, Danny lleva siete meses sin 'tomarse' una foto y está tecnológicamente desintoxicado. Ha decidido utiliza su imagen para alertar sobre lo que, a su juicio, es "un problema real, como la drogadicción o el alcoholismo".

Por eso colabora con Fixers, una red social británica donde miles de jóvenes "usan su pasado para arreglar el futuro", y donde ha encontrado una forma constructiva de compartir su trágica experiencia en la Red.
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1995: Nace en Newcastle. 2010: Recibe críticas a sus 'selfies' en las redes sociales y empieza su obsesión por las autofotos. 2012:Intenta suicidarse y empieza un tratamiento en el Hospital Maudsley. 2013: Crea un perfil en Fixers para ayudar a otros jóvenes. 2014: Cuenta su historia a los medios británicos para alertar sobre la 'selfie-adicción'.