Lo que más me reconcilia con
mi propia muerte es la imagen de un lugar: un lugar en el que tus huesos y los
míos sean sepultados, tirados, desenterrados juntos. Allí estarán desperdigados
en confuso desorden. Una de tus costillas reposa contra mi cráneo. Un
metacarpio de mi mano izquierda yace dentro de tu pelvis. (Como una flor,
recostado en mis costillas rotas, tu pecho). Los cientos de huesos de nuestros
pies, esparcidos como la grava. No deja de ser extraño que esta imagen de
nuestra proximidad, que no representa sino mero fosfato de calcio, me confiera
un sentimiento de paz. Pero así es. Contigo puedo imaginar un lugar donde ser
fosfato de calcio es suficiente.
(John Berger: Páginas de la
herida. Visor, 1996)
No hay comentarios:
Publicar un comentario